La Fiesta de la Vaquilla es una tradición celebrada durante los primeros meses del año, desde el 20 de enero, día de San Sebastián, pasando por San Ildefonso el día 23 y hasta el periodo carnavalesco, en diversas poblaciones de la Sierra Norte de Madrid:
Es una de las fiestas más interesantes de la Comunidad de Madrid, claro rito de iniciación masculina que simboliza el paso de niño a hombre. La fiesta está protagonizada por los jóvenes del municipio, en especial los llamados quintos, que antiguamente eran los que realizaban el servicio militar al cumplir la mayoría de edad. Se trata de una tradición muy arraigada en el territorio donde los jóvenes corren por el pueblo haciendo sonar los cencerros que llevan en su cintura y así poder ahuyentar los malos espíritus que se hayan podido establecer en el pueblo desde el 1 de noviembre, noche de todos los Santos.
Eran generalmente las mujeres, madres y hermanas las encargadas de adornar la vaquilla y ayudar a vestirse a los protagonistas de la fiesta.
La vaquilla se vestía utilizando una estructura de madera como base, en la cual se ponía una sábana blanca de manera que le cubriera todo menos los cuernos. Posteriormente se adornaban hermosamente con cintas de colores y pañuelos, realizando verdaderas obras de arte.
Puebla de la Sierra: La vaquilla aparece vestida con pañuelos y cintas multicolores. Un mozo (no importa su edad) la lleva, acompañado por uno o varias botargas. Todos van revestidos con pieles de cabra y portando, como es lo habitual, grandes cencerros. El grupo persigue a los asistentes, entre bromas y risas. Entretanto las mujeres manchan o “untan” al que se descuida y al incauto con un brebaje hecho a base de agua y pimentón. Al anochecer, la vaca que ha estado dando carreras por el pueblo, junto a las botargas, muere por los disparos de los escopeteros. Todos juntos beben sangría, a modo de sangre de la vaca, para continuar con la cena que tradicionalmente se cocina en la plaza.
Valdemanco: Aparece la vaquilla el lunes y martes, manejada por tres grupos sociales diferentes. Comienzan los carnavales el sábado por la noche con el baile de máscaras que organizan los mozos. La vaquilla es paseada el lunes por los quintos. Las mozas o quintas (desde siempre han paseado su propia vaquilla) lo hacen el martes temprano y, a última hora de la mañana, los casados. Los acompañantes aparecen ataviados de manera estrafalaria, con los clásicos cencerros colgando de la cintura y en una mano, llevan un manojo de berzas con el que van hostigando a la vaquilla. En la plaza la esperan unos hombres con escopetas. Cuando entra en ella, dan varios tiros al aire sin matarla, volviendo a dar otras vueltas por el pueblo. De nuevo en la plaza, al fin “aciertan” con el tiro y la vaquilla muere debajo de un banco, al lado de un barreño que contiene su “sangre”, sangría previamente preparada por las mujeres, que todos beben.
Braojos: El martes por la tarde sale la vaquilla vestida con una sabana y adornada con diferentes pañuelos en forma de lazos. Como es lo habitual es manejada por un mozo que da varias carreras por el pueblo embistiendo a todo el que se encuentra. Unos personajes muy característicos de este lugar son los “máscaros”, personas disfrazadas que también arremeten contra los asistentes.
A comienzos de 1985 la Universidad Popular de Colmenar Viejo realizó una exposición de vaquillas, anotando dieciséis pueblos en los que todavía se realizaba, y otros veintiséis donde había dejado de festejarse. Basándonos en dicha exposición de Colmenar Viejo, las vaquillas madrileñas mantienen claras diferencias: todas consisten básicamente en un armazón rectangular o triangular compuesto por dos varas paralelas en cuyo frente se sujetan unos cuernos y en su parte trasera un rabo natural de vaca.
Sin embargo, este armazón puede ir más o menos adornado y aquí es donde reside su diferenciación: desde el armazón descrito sin más, hasta la complicadísima y barroca vaquilla de Colmenar Viejo, de la que cuelgan pañuelos, rosquillas y sábanas multicolores, y la de Pedrezuela, hermosa y equilibrada en su ornamentación y la elegida por la Comunidad de Madrid para exhibirse en el pabellón de la exposición internacional de Sevilla de 1992.
Para la cultura rural tradicional, el invierno suponía un período de oscuridad, de frío, causante de enfermedades y muertes. Se responsabilizaba de ellas a los malos espíritus y entes que desde el 1 de noviembre (noche de Todos los Santos) habían entrado en nuestro mundo.
Por esta razón las fiestas a partir de este momento tenían siempre un componente purificador: se encendían hogueras, se producían ruidos o se realizaban representaciones de lucha entre el bien y el mal hasta llegar el 1 de mayo, en el que los espíritus de los difuntos, y entre ellos los malos espíritus, abandonaban de nuevo los pueblos hasta el siguiente noviembre.
En este contexto de fiesta invernal y de celebración de comienzos de año se encuadra la Fiesta de la Vaquilla, que estuvo muy extendida geográficamente.
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